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LA IMAGEN DE LAS PALABRAS

Que José María Eguren haya destacado enormemente en Poesía, no es impedimento para recordar su obra plástica. Lo mismo podría decirse de alguien como César Moro, quien llegó incluso a relacionarse con las personalidades de mayor importancia en el ámbito –mal llamado- surrealista internacional. Si nos referimos a aquellos que destacaron antes bien por su obra pictórica, debemos hablar de Sérvulo Gutiérrez. Un caso reciente en que obra escrita y obra visual se funden y es difícil decir en cuál de las dos expresiones –en el caso de que existiese una real diferencia- logró destacar más, es el de Jorge Eduardo Eielson; sólo para hablar de algunos nombres conocidos en el Perú.
El umbral del Arte probablemente sea el mismo para un músico, para un actor, para un poeta, para un pintor. La necesidad profunda de expresión, de comunicación, que se manifiesta de diferentes formas en el campo del Arte sólo es diferente precisamente en su manifestación perceptible, mas no en la idea, en el fondo de esa urgencia. Una definición de artista que podría ser válida es: El ser que padece y que responde a ese padecer por medio de las palabras, de las formas, de los sonidos, del volumen, de los gestos.
Octavio Paz escribió que era aciago el día en que música y poesía se separaron. Contraviniendo a ese lamento, desde hace varios años, se vienen realizando actividades que intentan acercar las diversas manifestaciones del Arte bajo un solo concepto. En el Perú no es nada nuevo, pero me voy a referir a una serie de actividades recientes puesto que las conozco de primera mano por haber sido invitado a participar de las mismas.
Hace unos años Joseph De Utia fundó POETARTE, grupo de miembros variables que proponía la interacción de la poesía con la plástica iniciando una serie de exposiciones en el medio tales como: Laberintos de Borges -para cuya inauguración se contó con la presencia de la viuda del escritor, Maria Kodama-, Perspectivas de la Poesía Francesa, Poéticas Urbanas, Homenaje al Quijote, Homenaje a Watanabe, entre muchas otras. Una de las características de Poetarte es la constante de reunir trabajos de reconocidos artistas invitados como Enrique Polanco, Fernando De Szyszlo, Eduardo Tokeshi, Jorge Castilla- Bambarén, junto a elementos de la generación actual como Eduardo Cochachín, Vladimir Ramos, Flavia Meléndez, José Luis Carranza y Alejandro Romaní; precisamente fue este último quien, después de participar en la exposición Poesie: Interacción con la Poesía Alemana Contemporánea organizada por De Utia en el Goethe-Institut de Lima, concibió y organizó la exposición: TrabajoZucio: La Poesía Peruana Vanguardista a fines de abril del presente año en el Centro Cultural de la Escuela Nacional de Bellas Artes y que contó, entre otros, con la participación de algunos de los artistas que participamos en experiencias previas con Poetarte, así como con nombres de larga data en el medio local como Iván Huerto o Carlos Ostolaza.
Estas y otras exposiciones recibieron interés del público y de la prensa; fueron, a fin de cuentas, positivas. El nivel artístico de las mismas es, como debe ser, opinable y en su momento a quien le haya correspondido habrá sabido argumentar al respecto. Sin embargo, rara vez hubo un apoyo decidido de las instituciones que las albergaron, ni un interés férreo de los artistas que las conformaron para documentarlas debidamente en un catálogo o en alguna publicación. Otro asunto es el hecho del desfase generacional y espacial entre lo visual y lo verbal. Así, no fue únicamente la carencia de un documento que reuniera estas experiencias de interacción entre poetas y artistas plásticos la motivación a la realización de este libro, sino el hecho de que los poetas con los que interactuaran los artistas del dibujo sean poetas jóvenes también, en plena actividad, con trayectorias en ciernes o en camino de afirmación, seres individuales compartiendo un espacio común. Real o virtual. Digo esto debido a que si bien es cierto la mayoría de seleccionados vive en Lima, hubo casos en que la interacción de poetas y pintores ni siquiera se dio telefónicamente, sino vía e-mail, como en la pareja formada por el artista peruano de impecable factura Johnny Palacios, quien reside en Centroamérica y del dueño de una poesía melancólica, Javier Cusquisibán Mosquera quien reside en Cajamarca. O de Carla Astoquilca y su poesía dura y cruda -quien sí vive en Lima- y Víctor Tejada, joven artista peruano afincado en España desde su adolescencia; en el caso de esta pareja no hubo un contacto directo por ningún medio sino que serví de intermediario de sus propuestas. Algunas parejas, por el contrario, sí se conocían desde hacía varios años y otras, la mayoría, se reunieron personalmente para trabajar a partir de la invitación de formar parte de este libro. El tema fue a libre elección de cada pareja y no es lo relevante, por ello ni siquiera se menciona en el libro, ni siquiera los títulos de las ilustraciones, dando pie a que el observador se forme su propia idea. La interacción entre poesía y dibujo fue lo importante.
Otro aspecto a mencionar es el hecho de que varios de los poetas de este libro se desenvuelven en Lima como pintores, habiendo sido una sorpresa conocer sus escritos y el nivel de los mismos. En este grupo se encuentra la descarnada poesía de la egresada en Pintura de la ENSABAP, Valia Llanos, quien trabajó junto al dibujo de las máquinas fundamentadas en lo humano de Javier Ramos Cucho, también el trabajo de Verónica Cabanillas, formada en la Facultad de Arte de la PUCP; asimismo, la labor de Anahí Vásquez de Velasco, quien trabajó junto a las inquietantes propuestas del artista Julius Sobrino. Un caso especial fue el del poeta Miguel Vílchez, pintor recientemente egresado de la ENSABAP a quien le correspondió trabajar a la par de Fito Espinosa. El trabajo plástico de Vílchez -como el de la mayor parte de su promoción y aún de promociones anteriores- se encuentra decididamente influenciado por el reciente de Espinosa y el resultado de su interacción reafirma lo dicho, extendiendo la influencia del último en el plano literario.
Tal vez en las antípodas de aquella propuesta, el trabajo de Vladimir Ramos, exterior, agudo, busca despertar cierta consciencia crítica en los textos de Juan Pablo Mejía, cuyas palabras parecen emerger de la atmósfera de las obras del pintor. Conocedores de realidades similares, Giussepe Mendiola dio forma a los textos, de una belleza extraña, de Rodolfo Ybarra, recurriendo incluso a manchas de café. ¿Evocación al desvelo del trabajo intelectual? Francisco León y Mako Moya, poeta y pintor respectivamente, músicos ambos, viscerales y excesivos en sus respectivas manifestaciones, se acomodan fluidamente como Angélica Chávez y su dibujo de cariz onírico amalgamado por la poesía mítica y a la vez mundana de Vilo Arévalo.
Llegado a este punto, no es difícil entrever que fueron dos los criterios elementales que determinaron la conformación de las parejas: su afinidad o su oposición. Así, es evidente que el trabajo de un poeta vital como Héctor Ñaupari se engarce a la perfección con el dibujo de una artista como Elizabeth López Avilés, líneas pobladas de sugestión y erotismo; lo mismo podría decirse de la interacción de Verónica Cabanillas y Giancarlo León Waller, violencia, desconcierto, estallidos. En el otro extremo de la propuesta, podemos hablar de la rabia contenida, asolapada, la indignación, de los textos de Zadith Vega con los dibujos más bien voluptuosos, hedonistas y obscenos, de Shila Acosta, o la prosa poética de Wilver Tineo, resuelta, lapidaria, frente a las escenas del mencionado De Utia.
En un oficio de constante aprendizaje y en el que la idea de validez es tan variable, como el del Arte, la clave es pensar qué convino más a los artistas: si trabajar en afinidad o en oposición. Tengo una respuesta a ello, pero la que cuenta es la que cada uno de los que avizoren estas páginas obtengan. Para concluir este breve recuento del origen y desarrollo del presente libro, agradezco a los artistas del dibujo y a los poetas que lo conforman.

Iván Fernández-Dávila
Lima, septiembre 2009

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